No se va a donde no lo invitan

Ácrata y Banquero
2 min readSep 30, 2023

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La maraña de pelo que tenía Filipo se arremolinó con el viento frío de los primeros días de la primavera. Dejó caer el hacha una y otra vez sobre las ramas secas que apiló durante el invierno, los echaba de menos como los cuerpos de amigos queridos que no superaron el frío. Ahora debía honrarlos con los honores que un limón, un naranjo y un aguacate merecen. En particular el aguacate que no llegó a envejecer y murió joven. El limón ya estaba achacado por los años y había ofrecido majestuosas cosechas, pero desde el verano se había venido marchitando en silencio. En invierno se extrañó la redondez en sus ramas y en cambio sorprendió su fragilidad , confirmando la tristeza que se había ido instalando en el corazón de Filipo.
La muerte del naranjo fue inevitable en una noche de tormenta, el viento enojado rugía desde el sur como quien se esfuerza lo más que puede para evitar el olvido. Parecía como si un demonio caminara por el cielo y hubiera posado sus ojos diabólicos sobre el naranjo. Le llovieron piedras de hielo que lo fracturaron todo, para finalmente ser incapaz de sostenerse de pie y ceder con abnegación sus frutos a la tierra. Bastante más se hubiera pedido perder recordaba Filipo mientras desmigajaba los brotes verdes ahora espesos como tiras de cuero. Pero el aguacate era otra historia. Era un pequeño árbol que buscaba ganarse su lugar, pero la muerte lo sorprendió mucho antes de dejar ver sus frutos. Nietos para Filipo, que a diferencia de Saturno no devoró y en cambio sólo le dejaron el sabor de la duda.

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