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Pepita de Millán era hermosa

Ácrata y Banquero
7 min readJun 17, 2023

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La primera vez que la vio se le heló la piel. Nunca había visto una mujer tan hermosa. Ni la belleza de miss Adriana, su profe de derecho romano se le acercaba. Sus ojos eran de un gris azulino y cuando se posaron sobre él, del otro lado de la mesa, hicieron que en su pecho serpenteara un rayo y se le entrecortara la respiración. En su cabeza infantil Carlos no tuvo otra idea que abandonar la cena y salir corriendo para finalmente encontrar paz en el piano que estaba en la recepción. Eso le pasó durante la bienvenida de los Millán, tres años atrás en el club de oficiales. Desde entonces había repasado una y otra vez la secuencia de cómo había logrado llamar su atención. Se había obsesionado con su belleza. Ocupaba largas horas del día recordando a Pepita de Millán, usualmente en clase de matemáticas en inglés. Su mamá ya estaba harta de las preguntas impertinentes respecto a todo lo que pudiera concernir a Pepita de Millán. Su papá observaba con detenimiento ese inusitado interés que tanto tiempo había cautivado a su hijo y que ciertamente había alterado su comportamiento. Prueba de ello fue la ocasión en que de regreso a casa, después de su guardia en el radio comando vio a su hijo paralizado frente al QH0, el edificio donde habita la comandancia ejecutiva del batallón. Estuvo pasmado durante quince minutos hasta que huyó al ver la comitiva del General Millán girar en la esquina. Cuando lo increpó le dejó saber que quería cruzar el umbral para ir a la casa de Peter Mayonaise, el hijo de Pepita de Millán pero que le repugnaba la presencia de la Policía Militar que guardaba la entrada. Lo ponía nervioso. Será algo de la prepubertad, pensó para consolarse a sí mismo. Si es que aquello existía. También tenía que reconocer que no era el único que se eclipsaba con la belleza desbordante de Pepita, a quien por suerte no tenía la fortuna de ver más seguido, más aún cuando el General Millán que era un minúsculo individuo de rubicundas facciones que se alteraban con suma facilidad era además celopata. Se rumoreaba que por poco menos que una mirada había hecho trasladar a todo el estado mayor de la quinta brigada. Un cerdo que come con perlas pensaba.

Un día su mamá lo llamó a casa desde la oficina para contarle que muy amablemente Pepita de Millán había ofrecido su sofisticado penthouse en el QH0 para que se rezara el rosario. Para de esta forma ganar el favor de Dios y que las operaciones militares entregaran resultados favorables. Todas las esposas de los oficiales irían con sus hijos pero ella al estar trabajando le pedía a Carlos que fuese en representación de la familia y que a su vez estrechara sus vínculos con la virgen María. Carlos tuvo un ataque de pánico al pensar que vería a Pepita y que para ello tendría que cruzarse con la PM antes de entrar al edificio. Este conflicto lo encolerizó al punto que contraofertó la propuesta de su madre; iría a bajar mangos y después rezaría. Su mamá confundida por la respuesta se desilusionó al comprender el nulo interés que la religión le despertaba a su hijo a pesar de involucrar a Pepita en la ecuación. Finalmente se despidieron y a las horas salió Carlos a buscar mangos; fue cerca del helipuerto y desde las ramas gruesas de un frondoso mango vio el penthouse perfectamente iluminado y se preguntó cómo estaría vestida Pepita en esta ocasión. Una vez satisfecho con los mangos, se lavó las manos, se emprolijó como pudo y enfiló al QH0. Estaba decidido a cruzar sin dejarse amedrentar por el autoritarismo de los cascos blancos de la Policía Militar. Cuando estuvo a diez pasos de la entrada, notó como los PMs se interesaban por él y se dispusieron a preguntarle como manda el protocolo: ¿El joven quién es y para dónde se dirige. Tiene un salvoconducto?. La sangre de Carlos hirvió en el acto. Sólo atinó a gritar: ¡no sean sapos tombos hijueputas! mientras se abalanzaba sobre las escaleras y se apresuraba a subir los siete pisos que lo alejaban de Pepita. El sargento de guardia al ver que un niño ponía en entre dicho su capacidad de impartir orden en ese diminuto perímetro se enfureció y ordenó a dos PMs que trajeran de regreso al niño y que si se oponía lo detuvieran en los calabozos hasta que sus padres vinieran por él. Para Carlos estas palabras llegaron como un eco que retumbaba en las paredes a medida que subía. Sabía que si lo alcanzaban, básicamente le aplicaría una sentencia de muerte. Por fin sabrían su apellido y podrían citar a sus padres al comando para llamar al orden a toda la familia. Lo que constituía una mancha en el currículo del padre de Carlos y metería en apuros su carrera militar. No había otra alternativa, era todo o nada. Con las fuerzas desfalleciendo por la hiperventilación Carlos apretó el botón del timbre y escuchó el jadeo de los PMs que se acercaban bufando mientras se acomodaban el bastón y tomaban las esposas. La puerta se abrió y el rostro inmaculado de Atenea con las facciones Pepita iluminó el semblante de Carlos y de los soldados que se aproximaban por él. Pepita se conmovió por la escena y con una breve sonrisa y una inclinación de su cabeza logró que los soldados desistieran de su cometido, quienes abrumados por la belleza de Pepita atinaron a retirarse sus cascos para hacerle una reverencia. Carlos por fin entendió el poder que tenían las vestales en la antigua Roma. El tiempo que pasaba deleitándose con las caderas dela profe Adriana empezaban a redituar pensaba Carlos mientras sus pasos lo llevaban hacia Minerva encarnada.

Después de la amable recibida de Pepita, Carlos perdió la noción de la realidad y pronto se descubrió sentado en un sillón rodeado por el dulce aroma del perfume de Pepita. En medio de un uniforme grupo de esposas de oficiales y niños pretenciosos que escuchaba con atención. Aparentemente había iniciado la rezada del rosario. Una médium ocupaba la plaza central y simulaba la voz de la virgen María mientras repetía formulaciones autoreferenciadas. Carlos no sólo no entendía qué estaba pasando sino que con horror descubría que el resto de la audiencia miraba con ojos alienados a la mujer que caminaba de un lado a otro como aleteos suaves de mariposa en la mitad del living. Una vez más su mente dispersa había hecho de las suyas y no recordaba cómo llegó a esa situación ni mucho menos qué se esperaba de él allí. Pepita lo notó, atenta como estaba al desarrollo de la ceremonia. Se le acercó por detrás como una pantera que acecha a su presa. Le dejó sentir su respiración en la nuca y cuando lo supo erizado, le indicó que lo acompañara con la tonada más placentera y complaciente que en su vida había escuchado. A Carlos le invadió un vértigo que hizo que se incorporara dócilmente y sin reparos. Una vez en la cocina Pepita preparaba café dándole la espalda y sin mirar a Carlos le increpó: ¿qué te pasa con la presencia de la virgen María?¿tienes problemas de fé?¿te crees más inteligente que nosotros?. Carlos seguía asombrado de estar tan cerca de Pepita. De la misteriosa Pepita que administraba sabiamente más que su presencia, su ausencia. Pocas veces se dejaba ver en público o en grupos grandes. El batallón seguía con atención los pasos de Pepita cuando extrañamente se dejaba ver al descender de su vehículo oficial. A Carlos le parecía que el silencio era eterno y tenía que llenarlo con algo pero no sabía qué. Ver la figura de pepita era lo más deleitable que había experimentado. Se sentía extasiado de ver como el vestido de algodón rojo se ajustaba a las carnes de esta mujer segura de sí misma e insoportablemente hermosa. Pepita lo sabía y dejaba que el mutismo se alargara. Disfrutaba tanto como se sorprendía y enternecía de que este niño se osara a repasar su cuerpo sin reparos. Giró bruscamente y se acercó a Carlos tomándolo entre sus brazos y restregándolo sus pechos. Te veo lentejo Carlos, le dijo con sorna. Te voy a dar algo para ver si te despiertas, le dijo mientras sacaba una petaquita con whisky y se la vació en la boca mientras le metía los dedos. Carlos notó como el fuego de su garganta derivaba en lágrimas en sus ojos. Supo controlar las arcadas y finalmente miró a Pepita mientras un sutil turbación se extendía desde su estomago hacia el resto de su cuerpo, anestesiando todo en su camino hasta las mejillas que ardían ruborizadas. Sus ojos reflejaban el fuego que sentía en su vientre, ella le sonrió y besándolo en la comisura de sus labios le dijo: no has sido un buen chico, ahora andá a rezarle a la virgen para que perdone tus pecados, borracho morboso. Carlos sintió como el hasta entonces sabroso aliento de Pepita decantaba en un espanto glaciar que a la vez que le tapaba los oídos le invadía una horrible nausea. ¡Ay te mato Carlos! ¡¿Cómo te atreves a tomarte el whisky del comandante en jefe de este batallón y encima vomitar en la cocina donde tan amablemente se te recibe?! Gritó Pepita mientras sacaba a empujones a Carlos de la cocina ante la mirada aterrada de la secta, silenciando de ipso facto a la medium. La carrera militar de sus dos padres se vieron inesperadamente truncadas poco tiempo después de ese encuentro con la virgen María.

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